¡ARTURO FERNÁNDEZ, UN CABALLERO EN EL ESCENARIO Y EN LA VIDA

Arturo Fernández


El pasado jueves, 4 de julio, murió Arturo Fernández, actor de cine y televisión, director y productor teatral, a sus juveniles 90 años. Permanecía en activo y seguía, incansable, montando, representando y dirigiendo obra tras obra de teatro, a las que asistía siempre su público fiel, que veían en él la imagen imperecedera de la bonhomía, de la calidez sincera, de la elegancia sin estridencias, de la más auténtica simpatía sin impostura, genuina como lo era su sonrisa, su mirada pícara y ese aire birlón que tienen muchos tímidos que esconden así  su temor a no ser aceptados o no caer bien a la concurrencia.

Llevaba varios meses alejados de las tablas por la enfermedad que lo ha llevado a la tumba. Es seguro que le hubiera gustado morir sobre un escenario, entre los bastidores, viendo al público aplaudirle o reírse como lo hacía siempre en todas sus funciones, en las que el humor y la ironía que destilaba de sus personajes arrancaba las carcajadas del público, pero sin tener que recurrir a la chabacanería, a la vulgaridad, al humor estropajoso que abunda tanto actualmente. En sus puestas en escena cuidaba hasta el último detalle, desde el decorado hasta el vestuario de los protagonistas, desde las luces hasta el sonido, buscando ofrecerle a público lo que este merecía por los muchos años de fidelidad y aplausos, de risas y de admiración hacia un actor que no tiraba la toalla, porque la bajada de telón definitivo sería cuando la muerte viniera a buscarle y pudiera poner fin a su carrera de actor y a su vida. No entendía esta última fuera de los escenarios o de los platós cinematográficos.

Galán entre los galanes, alto, apuesto y de fina estampa como la de un aristócrata al que le faltan los blasones, pero le sobra educación, gallardía y buenas maneras. Tenía ese raro encanto, poco usual, de encandilar a las señoras y despertar una sonrisa de complicidad en los señores. Era un caballero de los que ya no quedan, siempre educado, cortés, galante con las señoras a las que dedicaba sus piropos siempre acertados, delicados, a los que acompañaba con una sonrisa que hacía desfallecer a cualquier mujer a los que se los dedicaba, pero sin acercarse, ni de lejos, al límite que separa al piropo galante de la zafia grosería.

Fernández consiguió éxito, fama, dinero y todo cuanto ambicionaba. Atrás quedaba su Gijón.  natal, donde nació el 21 de febrero de 1929, donde confiesa que su madre y él pasaron hambre, cuando su padre tuvo que emigrar a Francia por cuestiones políticas. Con tan solo 21 años hizo su debut teatral gracias a la recomendación de Jesús Puente, primero en la compañía de Conchita Montes y, después, en la de Rafael Rivelles. Anteriormente fue futbolista e intentó ser boxeador, a quien sus fans le llamaban ·El Tigre del Piles”, en alusión a un conocido lugar de Gijón.

 El teatro le dio popularidad y le abrió las puertas del cine que fue el medio que le lanzó a la fama. Rodó una gran variedad de películas, la mayoría comedias comerciales y, en muchas de ellas fue acompañado por la actriz Lina Morgan como coprotagonista. También tuvo la oportunidad de actuar en películas del llamado género negro o  policíaco, como son los títulos “Distrito Quinto” (1957) y “Un vaso de wisky” (1958). Su mejor época cinematográfica fue en las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo. Entre los títulos cinematográficos que tiene en su filmografía,, cabe destacar  en el género de comedia; “Las chicas de la Cruz Roja” (1958), “La casa de la Troya ”· (1959), “La tonta del bote” (1970),,“Truhanes” (1983) por citar las más populares entre más de 90 películas.

En su vida fue afortunado, no solo en el cine y el teatro, sino en la faceta más personal y privada como es la relación amorosa. Hubo dos mujeres importantes en su vida. La primera, María Isabel Sensat Marqués, la aristócrata con la que contrajo matrimonio, el 22 de marzo de 1967, y se separaron en 1978. De esa unión nacieron dos hijas y un hijo que ya le hicieron abuelo. Nunca dijeron ninguno de los dos los motivos de su separación, en un absoluto gesto de elegancia y discreción por ambas partes.

La segunda pareja le ha acompañado hasta su muerte, Carmen Quesada, la abogada a la que conoció cuando Arturo tenía 50 años y ella solo 21. Era el año 1980. Desde entonces no se han separado y han formado una pareja sólida, bien avenida y feliz, aunque no tuvieron hijos. Ella ha sido la mujer de su vida, su compañera sentimental que le dio estabilidad, compañía, amor y dicha compartida. En 2018 se casaron, quizás por la avanzada edad de él o porque ya empezaba a notar que la enfermedad estaba comenzando a hacer en él sus siniestras labores.

Autodidacta, sin haber cursados estudios más que los primarios, era gran lector y curioso por saber más, no solo de su profesión, sino de la vida, del arte, de la historia y de este universo fascinante en su grandiosa belleza que nos rodea. Sobre todo, le interesaba la amistad que cultivaba con mimo y lealtad a sus muchos amigos (conservaba los de siempre, los de cuando era un niño o joven) lo que es algo muy raro encontrar en el mundo del famoseo y el espectáculo. La fama siempre obnubila la memoria y los amigos de antes de ser famoso se difuminan en el recuerdo de quien busca nuevas amistades por serles poco convenientes, interesantes o representativas, las que tenía cuando era un desconocido más, sumido en el anonimato.

En los últimos años se volcó más en el teatro, especializándose en la llamada “alta comedia”, de la que era un experto tanto en montaje, dirección y producción y en lo más importante en su calidad de actor, como galán intemporal por el que no pasaba el tiempo ni mermaba su capacidad interpretativa, su simpatía natural y ese atractivo que todas las mujeres reconocían en ´él a pesar de su edad,. Pero esta mayor dedicación al teatro no supuso el abandono del cine, pues su última película la rodó en 2006. Además, en esos años. intercalaba su participación en series de televisión muy populares como fueron la de “Truhanes” (1995) que anteriormente fue también llevada al cine en 1983 con el mismo título, y en ella ruvo como coprotagonista al inolvidable Francisco Rabal.. Otras series televisivas de éxito fueron “Esta casa es un lío” (1996-2000) y “Como el perro y el gato” (2001).

Fue, precisamente, en este año en el que interpretaba dirigía y producía la obra “Alta seducción”, en Sevilla, cuando tuvo que anular las representaciones por encontrarse mal, con fuertes dolores de espalda. Fue operado del estómago que le venía dando problemas desde hacía mucho tiempo, y ya no pudo reincorporarse de nuevo al escenario del teatro Quintero de la capital hispalense, porque la muerte le sorprendió el jueves pasado..

Con su muerte no solo ha desaparecido un actor de comedia excelente, sino un hombre bueno, optimista, amigo de sus amigos y con un amor incondicional a la vida, representante de un estilo de vida, de una estética, elegancia y forma de estar y ser que ya está en peligro de extinción, en esta sociedad maleducada, zafia, vulgar, chabacana y proclive a todos los extremismos, modas chirriantes, alienación, despersonalización, y vaciedad, en la que el actor gijonés era como un recordatorio constante de que hay otra forma de vivir y estar en el mundo más civilizada, educada, cortés, gentil y respetuosa  con los demás y, sobre todo,  más optimista, alegre  y sonriente. Popularizó, por su uso continuado, el diminutivo de “chatín/a”, como forma cariñosa de dirigirse a su interlocutor, en un simpático gesto de afecto y cordialidad que despertaba la sonrisa en el aludido y en quienes le oían.

No hay que olvidar lo que dijo Hemingway: “Hay que reconocer que las personas alegres, siempre son buenas”. Ningún otro comentario podría definir más acertadamente a este gran actor y mejor persona que acaba de fallecer. Un verdadero caballero en el escenario y en la vida, al que hay que agradecerle su constante derroche de simpatía, amor a la vida, alegría y magisterio de la interpretación, elegancia, cortesía y respeto, cualidades que no deben faltar jamás en la sociedad actual, ya que las necesita más que nunca y de las que, después de la muerte de Arturo Fernández, está doblemente huérfana.

Descanse en paz.





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