TERELE PÁVEZ, ACTRÍZ INCOMENSURABLE
Este espacio dedicado al
cine, a los directores, actores y actrices que han
dedicado su vida, su talento y sus dotes al teatro, no puede pasar por alto a
Terele Pávez (Bilbao, 1939), la gran actriz trágico-cómica, aunque relegada
muchas veces a papeles secundarios a los que alzaba hasta el protagonismo
absoluto que eclipsaba a los verdaderos protagonista de la obra teatral o
película en cuestión.
Su muerte, acaecida por
un derrame cerebral, el pasado viernes 11 de agosto, ha dejado un hondo vacío en
el teatro y el cine español que nadie podrá llenar porque Terele Pávez, la gran
actriz y ser humano excepcional, grande en su humanidad muchas veces doliente y
controvertida, en su apasionamiento por la vida y la interpretación, en su generosidad sin límites y su autenticidad
entrañable, hacía que ningún papel que interpretara fuera pequeño, pues su
interpretación alcanzaba cotas de genialidad, humanidad y desgarro que
asombraba a directores, actores y al público que veíamos en ella a la gran
actriz que era y que debía haber llegado a ocupar el primer puesto en el Olimpo
de los triunfadores del arte escénico y cinematográfico que muchas veces lo
ocupan actores y actrices sin talento, vocación ni oficio, sólo por tener un
físico atractivo y un padrino complaciente.
El triunfo le llegó
tardíamente, aunque todos los que trabajaban con ella sabían que sus dotes y
talento interpretativos eran excepcionales y únicos dentro de la escena
española y, también, del cine en el que cosechó muchos éxitos en papeles
secundarios que destacaban por encima de los interpretados por los actores que
encarnaban a los protagonistas.
Terele Pávez formaba
parte de una famosa saga de artistas, fue nieta y bisnieta de los compositores Manuel Penella Moreno y Manuel Penella Raga,
respectivamente, y hermana menor de las también actrices Emma Penella y Elisa
Montes, además de tía de la actriz Emma Ozores.
Sobre las tres hermanas
pesó siempre una losa de plomo moral que las hizo sentir vergüenza e ignominia de ser hijas de quien se considera
culpable directo del asesinato del poeta Federico García Lorca. Su padre era
Ramón Ruíz Alonso, diputado de la CEDA, (onfederación Española de Derechas Autónomas), durante la
Segunda República. La actriz confesó, en una entrevista hace años, que llegaron
a ocultar el apellido de su padre, pero esa etapa pasó y terminó diciendo que
fue siempre un buen padre.
Esta amarga
experiencia le hizo rechazar hace unos años el papel protagonista de La
casa de Bernarda Alba, que propuso
el director teatral Juan Carlos Pérez de la Fuente. Pávez le confesó a una
periodista, Rosana Torres, que la entrevistó,
que ignoraba si Pérez de la Fuente desconocía quién había sido su padre
o si solo buscaba, al ofrecerle dicho
papel, un montaje con morbo.
En sus últimas
interpretaciones en el cine lo hizo bajo la dirección de Álex de la Iglesia en
películas tan famosas y taquilleras como El
día de la Bestia (1995), La
Comunidad, Balada
triste de trompeta, Las
brujas de Zugarramurdi (por esta película recibió el Premio Goya 2014 a la
actriz de reparto), Mi
gran noche y El
bar
Su colaboración con este
director, bilbaíno como la propia actriz, comenzó en una época en la que ella
estaba apartada del cine y el teatro y que eran períodos recurrentes de
aislamiento que alternaba con su participación en montajes teatrales y
películas importantes.
Sus inicios como actriz
fueron bajo las órdenes del genial Luís García Berlanga, en la película Novio a la vista (1953). Durante las dos
siguientes décadas participó en películas propias de la época de la Transición
en papeles secundarios, como fue el caso de Tatuaje
(1969) de Bigas Lunas.
Consiguió un gran éxito
en su interpretación de Régula, en Los
santos inocentes (1983), adaptación cinematográfica de la obra homónima de
Miguel Delibes, que fue dirigida por Mario Camus. Su actuación fue aclamada por
la crítica y el público que empezó a ver en ella las extraordinarias dotes
artísticas que pudo mostrar y que en películas anteriores, en personajes más
anodinos y banales, no le permitieron hacerlo.
Después de Los Santos inocentes participó en otras
películas como fueron Réquiem por un
campesino español, El
Lute II, Laura,
del cielo llega la noche, y Diario de invierno. Estas dos últimas películas las
hizo dirigidas por Gonzalo Herralde y Francisco Regueiro respectivamente, y le
supusieron sendas nominaciones como mejor actriz de reparto (su sempiterna
condición de segundona, siendo tan inconmensurable actriz) en los premios Goya
de 1987 y 1988.
A partir de entonces, parecía haber desaparecido de la escena
para disgusto de quienes admirábamos su increíble talento interpretativo, hasta
que el ya citado Álex de la Iglesia le dio el papel de una viuda resentida y retrógrada en El día de la bestia (1995). También trabajó
a las órdenes de otros directores, como fue Gerardo Vera que la dirigió en La Celestina (1996) y a partir de 2002
comenzó a participar en la serie televisiva Cuéntame
cómo pasó.
Tiempo más tarde, saltaron
las noticias alarmistas de que había sido vista durmiendo en la calle en
compañía de un indigente y en un estado lamentable provocado por el alcohol. La
actriz dijo que ni era alcohólica ni vivía en la calle, sino que ese día “me
quedé dormida mientras hablaba con un amigo” y hay que añadir que ese amigo era indigente.
Su regreso al teatro que
fue su “alma mater”, fue con la obra «El cojo de Inishmaan», dirigida por
Gerardo Vera, junto a Marisa Paredes, entre 2013 y 2014. También participó en
montajes teatrales de títulos clásicos
como “Fedra” (1982) en el Festival de Teatro
Clásico de Mérida, “Lisístrata”
(Manuel Martínez Mediero, 1980) o “La
Celestina”. También, fue dirigida a lo largo de su carrera por Adolfo
Marsillach, Miguel Narros y Jaime Salom.
Ahora, a raíz de su fallecimiento,
vendrán los homenajes, los reconocimientos y las condolencias por haber perdido
a tan gran, grandísima actriz, mientras que en vida se le escatimaron los
premios, los papeles de protagonista que por méritos propios merecía, sin duda
alguna, y las ocasiones de lucimiento de su talento único, irrepetible y
extraordinario que le hacía ser una gran actriz, tan grande que todos los
papeles se le quedaban pequeños.
Mujer de gran carácter y corazón aún más
grandes, temperamental, apasionada, auténtica y sincera en sus manifestaciones,
sin un ápice de artificio, ni divismo -como tantas supuestas actrices que han
pasado por el cine y el teatro y sólo queda de ellas el recuerdo de sus
desnudos, de su divismo ridículo y de su falta total de talento
interpretativo-, con mirada penetrante en sus oscuros ojos en los que se veía
su timidez, su deseo insanciable de recibir afecto, el dolor que llevaba
consigo de aquella niñez desbaratada por las acusaciones de ser hija del
asesino de García Lorca de lo que parecía pedir perdón sin tener ninguna culpa.
Vivía con su único hijo Carolo –a pesar de la sorpresa que eso cuasaba entre
quienes la conocían y que a ella le sorprendía más aún-, quien dice a raíz de
su muerte que podía vivir dos vidas con todo el amor que le dio su madre, esa
mujer fuerte de alma y cuerpo del que habla la Biblia, pero frágil y vulnerable
como todo ser que se entrega siempre aq su familia, sus amigos, a su pasión
como era su vocación interpretativa, al igual que hacía con todos los seres que
tuvieron el privilegio de tratarla. A pesar de su fama de carácter fuerte, de
su genio, de su espontaneidad que rezumaba un profunda humanidad que le salía
por los ojos, se manifestaba en su voz ronca y cazallesca, en la que se adivinaban todas las luces y sombras de una
vida, la suya, que no fue fácil como no lo es nunca para quienes llevan el
corazón en la mano, sabiendo que se lo pueden romper y, después, se lame sus
heridas sin rencor y pensando que la vida es así pero que ella también era
“así” y no pod´`ia dejar de serlo, única, diferente, vital, apasionada y
sincera en un mundo lleno de hipocresía, de disimulo y disfraz como es el del
espectáculo, pero también el de la vida de la gente normal, en el que todos
parecen llevar su corazón a buen resguardo y envuelto en celofán para que no se
lo dañen . Terele Pávez lo llevaba en las manos, en los ojos, y en esa generosidad
sin línites que no sabe de cálculos, ni medidas, ni medias tintas. Esa
generosidad que sólo nace en quien vive, asiente, ama, sufre y también goza
cuando llega el momento, aceptando que en la partida de la vida unas veces se
gana y otras se pierde, pero eso es lo que hace al hecho de vivir más
apasionante, más intensamente gozoso o doloroso, pero le da sentido a la propia
vida porque no se ajusta aun guión, a un plan preconcebido, a un cálculo propio
de mentes pequeñas, estrechas y un tanto mezquinas pero tan numerosas.
Descanse en paz, Terele Pávez, la
grandísima actriz que ha dejado en el recuerdo de todos quienes la vieron
actuar el recuerdo imborrable y la evidencia indiscutible de que, para tener su
inconmensurable talento, era necesario ser muy grande, mucho, tanto humana como
artísticamente. Sólo el verdadero
artista pone el corazón en lo que hace, la autenticidad y la entrega que esta
incomparable actriz ofreció a lo largo de su carrera artística para el gozo de
los espectadores que ahora lloran, lloramos, su muerte.