CHAVELA VARGAS, LA CANTANTE DE VOZ Y PIEL OSCURAS Y ALMA BLANCA
por Ana Alejandre
Isabel
Vargaz Lizano (San Joaquín de Flores, Costa Rica, 2019 – Cuernavaca; México,
2012) cantante mexicana, aunque nacida en Costa Rica.
Si los
datos de filiación intentan describir la identidad de una persona, de Chavela
Vargas no dicen nada que la pueda definir, solo cuál fue el lugar de
nacimiento y el de su muerte y las respectivas
fechas en las que ocurrieron esos dos hechos, los más importantes de la vida de
un ser humano porque abren y cierran el paréntesis temporal que es toda vida.
En
ella no se cumplía el sometimiento a esas cuestiones puramente civiles, pues
cuando un entrevistador le dijo que, aunque se decía mexicana había nacido en
Costa Rica., ella rápidamente le respondió mostrando su fuerte carácter y
determinación:”Oiga, usted, amigo, los mexicanos nacemos donde nos da la gana”.
En
Chavela se adivinaba la infancia desdichada cuya memoria le acompañaría
siempre, por el desamor de sus padres que se divorciaron y la dejaron al
cuidado de sus tíos. En su niñez padeció poliomielitis, pero sobre todo padeció
la falta de cariño y protección de unos
padres distantes y despreocupados. Sería por ello que amaba apasionadamente a
sus amigos, a sus amantes, porque en su vida no conoció la frialdad ni el término
medio. Ella lo daba todo, en el escenario y también en su vida privada.
México
la acogió cuando tenía 17 años y en ese país al que cantaba, vivió más de
ochenta años. Sólo cuando tenía 84 confesó que era lesbiana. Entre sus amantes
se cuenta Frida Kahlo, la pintora y poetisa mexicana, esposa del célebre
muralista mexicano Diego Rivera que la martirizó con sus continuos adulterios,
además de estarlo ya por la poliomielitis que Frida sufría y las secuelas de un
accidente que le hizo tener que someterse a más de 32 operaciones quirúrgicas y
estar largos períodos de tiempo acostada. Chavela vivió largas temporadas en el
domicilio del matrimonio Rivera.
Por
esa profundidad de sentimientos y lealtades, cuando falleció el compositor y
cantante José Alfredo Jiménez, su padrino en la vida musical y compañero de las
noches de parranda, de música, tequila y emoción, cayó borracha ante su féretro,
mientras lloraba desgarradoramente. La
viuda del difunto les dijo a quienes asistían al sepelio y se escandalizaban ante
aquella demostración excesiva de dolor:
“Dejenla, ella está sufriendo tanto como yo”.
Tuvo
amistad con otros muchos artistas importantes de otras disciplinas como fueron
Picasso, Juan Rulfo, Pablo Neruda, Agustín Lara, Gabriel García Márquez, Nicolás
Guillén y un largo etcétera. Decía que con todos ellos cenaba una vez al año en
cualquier parte del mundo en el que se encontraran.
Chavela,
sin embargo, no obtuvo el pleno éxito en México hasta los años 90, pues aunque su
estilo era peculiar y muy personal, fue hasta los 90 una figura marginal en la
música mexicana con actuaciones modestas en teatros y en la televisión de su
país. A partir de los 70 se retiró por problemas personales ocasionados por el
alcoholismo. Fue Pedro Almodóvar, quien la ayudó, a partir del encuentro casual
que tuvieron en los años 90, a luchar contra el alcoholismo al que consiguió
vencer y no volvió a beber en sus últimos veinte años de vida. A partir de
entonces, Chavela empieza a conseguir en México el éxito total que merecía, dando
conciertos, filmando películas y actuaciones en televisión, así como cantando en
Nueva York, Buenos Aires, Madrid y un largo etcétera que la catapultó a la
fama.
Su
carácter vitalista siguió siendo igual hasta su muerte. A sus 93 años dijo que
“A esta edad la vida se ve mucho mejor.
Hagan la prueba”. Su sentido de la
generosidad y su deseo de no molestar lo definió bien cuando decía que “quería
morir en domingo y que la enterraran un
lunes o martes para no tener que estropearle el fin de semana a nadie”.
Poco
antes de morir publicó, en 2012, su libro-disco “Luna grande” en homenaje a
García Lorca, poeta al que admiraba profundamente. Años atrás, en 2001, publicó
sus memorias “Y si quieren saber de mi pasado…” que habla de los aspectos más
íntimos de su vida, esa apasionada vida que le salía por los poros al igual que
el alma cuando cantaba con la voz ronca de quien supo de la derrota, pero nunca
se dejó vencer.
Chavela
Vargas, la mujer con voz y piel oscuras y alma clara, chamana que conocía los secretos de la Naturaleza, vivió una larga vida en la que hubo
de todo: amores y desamores, alegrías y tristezas, lealtades y traiciones, fama
y soledad, pero nunca tuvo lugar en ella la mediocridad, la falsedad ni la
tibieza del corazón. Todo en Chavela Vargas era un ronco clamor a la vida, a sentimientos profundos, pasiones tormentosas, a sufrimientos
constantes y a soledades irredentas. Todo
ello se dibujaba en su rostro lleno de arrugas
que trazaban, con sus profundos
surcos en la carne, el exacto mapa emocional de una vida en la que los
sentimientos marcaron la ruta a seguir, aún con el peligro de caer en el
precipicio de la autodestrucción, ayudada por el lastre del alcoholismo en el
que quiso ahogar sus penas, desengaños y soledades.
Su
fuerte carácter, la voz rota, quebrada de esta mujer apasionada ha marcado un
hito en la música mexicana, especialmente como intérprete de las canciones
rancheras y boleros a los que les dio una nueva musicalidad, un tono diferente
al que usaban los cantantes masculinos, habituales intérpretes de esas
composiciones que siempre hablan de amor y desamor, de posesión y olvido, entre
humo de cigarros, vasos de tequila y el rasgueo de guitarrones.
Chavela
ponía en sus canciones algo más que su
voz tan peculiar y rota, pues en ella el alma desgarrada y atormentada de esta
mujer se oía en su ronco eco, acompañada por el sonido de las guitarras que
coreaban, con el requiebro de sus cuerdas, los lamentos de amor, despecho,
rabia y ternura que brotaban de su garganta de graves imposibles en una voz
femenina. Ese desgarro vocal venía desde muy atrás, en su longeva vida de 93
años, por las muchas noches de desvelo y el consumo continuo de tequila que,
según dijo poco antes de morir, habían sido muchos miles de litros a lo largo
de su vida.
Ella
conoció todo aquello que conforma la vida de todo ser apasionado, auténtico y
noble que conoce el dolor, pero también la alegría de estar vivo y de sacarle a
esta su más preciado jugo, a través de la música y de una vida plena en la que
no cabe más claudicación que al amor y sus miserias y grandezas. Del amor y sus luces y sombras, Chavela Vargas sabía demasiado.
Sólo hay que oírla cantar para darse cuenta de ello.